viernes, 13 de mayo de 2016

TU VERDAD

La señora peinaba canas. Como todas las ancianas de su edad,  recogía su larga melena plateada enroscada en una castaña a la altura de su coronilla. Los surcos de la edad hacían dibujos en su rostro y sus vivaces ojos se habían hecho pequeñitos con el paso de los años, pero no habían perdido toda la experiencia que vieron, ni la chispa que los hacía brillar. Nunca se quejó de su dura vida, nunca miró atrás siempre hacia adelante atravesando con su lanza guerrera a todos los enemigos que la vida le envió. De todos salió victoriosa.



La adorable anciana contaba sin tristeza a sus nietos el transcurrir de su vida. Ella era la mayor de siete hermanos y provenía de una familia muy humilde. Siendo una adolescente conoció a su gran y único amor. Él era unos pocos años mayor y se enamoraron locamente pero a sus vidas llegaría pronto el primer tropiezo. La familia de él se negaba al noviazgo por la procedencia humilde de ella. En vista de los inconvenientes para afianzar su amor, él decidió un día secuestrarla y fugarse juntos. Aquel acto valiente de dos jóvenes enamorados acabó con una denuncia de los padres de ella por ser menor. La policía los detuvo y el joven acabó dando con sus huesos en la celda de la comisaría. Los periódicos de la época se hicieron eco de la noticia.

Pasó el tiempo y ellos seguían luchando por su amor pero la oposición familiar cada vez era peor. Entonces los jóvenes se quedaron embarazados. Con esa noticia la familia de él,  aunque no cedió a que se casaran, no tuvo más remedio que ceder a la petición de su hijo de dejar vivir a su novia con él, en la casa familiar. Allí pasó la joven siete meses de su embarazo viviendo en un ambiente hostil hacia ella por parte de la madre y los hermanos de él pero con el total apoyo y amor de su marido, sin papeles, pero su marido.

Un día la joven estaba con su suegra sentada en la mesa de la cocina y apeteció un pan de los dos que estaban en la mesa. Su suegra se lo dio, no obstante le siguió apeteciendo el otro pero calló por rubor. Pasadas unas horas empezó a encontrarse muy mal y le vinieron las contracciones de un parto sietemesino. La noche fue dura y se saldó pariendo gemelos. Fueron dos varones que nacieron muertos. La hermosa anciana siempre echó la culpa al segundo pan que no se atrevió a pedir aunque probablemente no fuera esa la causa, ¿quién sabe?

Transcurrido un tiempo los jóvenes volvieron a tener noticias de sus respectivos ADN, seguían viviendo en casa de los padres de él y su familia seguía impidiendo que se casaran. Esta vez el embarazo transcurrió sin problemas pero pocas semanas antes del alumbramiento, un hermano de el joven, que estaba enfermo, entró en estado irreversible, en su lecho de muerte con su cuñada a punto de dar a luz a un lado de su cama y su hermano al otro, le hizo prometer que jamás se casaría con ella. Después, su "generoso" hermano murió.

Llegó el día del parto y la joven por fin tuvo en sus brazos a su razón de ser, su razón de vivir, el motor de su vida. Al niño le pusieron de primer nombre el de su tío muerto y de segundo el de su padre por deseo de su marido. La anciana recuerda sonriendo para sus nietos las anécdotas de su niño del alma cuando era pequeño, sus travesuras, lo buen estudiante que era. Cuanto más hablaba de su hijo adorado más se iluminaban sus pequeños ojos.

Después de la promesa que el joven fue obligado a hacer, su familia lo comprometió en matrimonio con una prima suya. Las cosas se desarrollaron muy rápidamente en detrimento de la pareja. Ella acabó con su hijo en casa de sus padres, que por aquel entonces habían muerto y dejado solos a sus hermanos. Él acabó casándose con su prima con la que tuvo seis hijos más, a parte de su primogénito.

Sus vidas transcurrieron diferentes para los dos. Mientras que él formó una familia nunca se olvidó de ella. Ella permaneció sola toda su vida fiel al recuerdo de su amado. Tenían contacto por su niño reconocido legalmente por su padre y con el tiempo la mujer de su amado y ella se hicieron grandes amigas. Al fin y al cabo fueron tres víctimas de los caprichos familiares.

La anciana cuenta que fue duro sacar sola a su hijo adelante, ella no tenía estudios, no sabía leer ni escribir, aunque era muy avispada. Trabajó de cocinera o limpiando casas, llegaba a su casa y tenía que atender a sus hermanos que cayeron víctimas de una epidemia de tuberculosis que azotó la zona por entonces. Una vez atendidos sus hermanos, se daba un baño con zotal para evitar contagiar a su pequeño y después lo atendía a él.

Aunque agotada por la situación nunca desfalleció, sus hermanos fueron muriendo uno a uno. A su cargo quedaron dos sobrinos más su hijo. A los tres sacó adelante. Su hijo se casó y le dio nietos a los que crió y adoró toda su vida. La encantadora anciana estaba muy orgullosa de su familia y nunca se compadeció por su dura vida. Siempre miró hacia adelante,  nunca se vino abajo. Nunca, hasta que....

El motor de su vida, su adorado hijo falleció. Entonces, sólo entonces, la nonagenaria anciana se rindió. Dejó ir su vida para ir en busca de su pequeño. A los cuatro meses de marchar su hijo... ella marchó con él.


Carmen Peña.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ir Abajo
Ir Arriba