sábado, 20 de febrero de 2016

UNA SUPERVIVIENTE LLAMADA ELISA

    


La protagonista de esta historia quiere dejar bien claro que se ha decidido a contarla porque quiere que su amarga experiencia sirva para ayudar a detectar los síntomas de malos tratos a aquellas mujeres que estén a punto de pasar por esta situación o animar a salir de ella a las que ya estén pasando por lo mismo.



“El maltratador anula la personalidad de la mujer dejándonos en nada, así que no permitan que eso ocurra porque nosotras valemos mucho. No permitan las humillaciones, mantengan su dignidad y su orgullo, pidan ayuda, que hoy día hay muchas facilidades para protegernos a nosotras y a nuestros hijos. Existen las casas de acogidas, las ayudas a las mujeres maltratadas, leyes a favor de la mujer. No se callen, no aguanten. Denuncien. Yo por desgracia no tuve esas ayudas.”
“Pido por favor que esta historia sea compartida, que llegue a todas partes para que pueda salvar a cuantas más mujeres mejor”

Nos situamos en el año 1972, en plena época de la España negra de la Dictadura Franquista, donde nos enfrentábamos a una sociedad con mentalidad, leyes y prejuicios absolutamente machistas con respecto a las mujeres. Donde éstas estaban a la deriva en cuanto a derechos y protección legal y expuestas a una sociedad con una moralidad inquisitoria con ellas.

En esa época nuestra protagonista Elisa, era una joven de 20 años vivía en un barrio de la capital de la isla de Tenerife, ella fue educada como todas las jóvenes de entonces. Una educación estricta donde los varones tenían plena libertad, mientras que las hijas eran educadas en las labores del hogar. No tuvo una infancia feliz pues en su casa se vivían episodios violentos ocasionados por la afición de su padre al alcohol.

Elisa no salía con amigas, sus días pasaban ayudando a su madre en los quehaceres del hogar y con sus hermanos. Un día conoció a un joven que solía venir a su barrio a visitar a unos familiares, se llamaba Pedro. Éste se hizo amigo del hermano mayor de Elisa y empezó a cortejarla.  Lejos estaba Elisa de imaginar que a partir de ahí estaba por empezar su verdadero INFIERNO.


Elisa empieza a contar con voz nerviosa su noviazgo con Pedro: 

Nos hicimos novios en 1972, él se había hecho amigo de mi hermano mayor Diego que por aquel entonces ya salía con mi cuñada María Jesús. Las dos parejas salíamos siempre juntas al baile, al cine a pasear…hasta ese momento yo no sabía lo que era la vida fuera de casa de mis padres. 
No me llegué a enamorar de Pedro pero si le quería y sobre todo me agarraba a él como un clavo ardiendo huyendo de la situación de mi casa. Por eso y por mi ignorancia sobre la vida quizás me cegué confundiendo su control sobre mí con halagos. Pedro me prohibía hablar con amigas, mirar a otro hombre, pintarme, me hacía cambiar de ropa si no le parecía adecuada la que llevaba. 
Yo no les caía bien a la madre y la hermana de Pedro. Su padre Javier era un señor maravilloso y buena persona pero su madre Rosa era una mujer con un fuerte carácter, clasista, manipuladora y muy dominante con su hijo. Rosa y su hija Manuela no me querían en la vida de su hijo porque decían que mi familia no estaba a la altura de la de ellos. 
Cuando mi hermano y su novia decidieron casarse, Pedro también me pidió matrimonio y convenimos casarnos las dos parejas el mismo día, a la misma hora y en la misma iglesia. A sí que un año después de hacernos novios se celebró el doble matrimonio en 1973.

Son muchos años los que han pasado desde que todo sucedió. A Elisa le cuesta volver a remover los hechos, muchas cosas las ha borrado de su memoria por salud mental. Hace una pausa y tragando nudos se prepara para contar algunos episodios de la parte más dura.

La boda aconteció con normalidad, mis padres, como padres de la novia, corrieron con todos los gastos como era costumbre. Al terminar el convite nos fuimos directamente a la casa que habíamos alquilado para iniciar nuestra vida juntos. Mi noche de boda fue el inicio de lo que me esperaría después. Yo no conocía hombre y estaba muy asustada porque no sabía lo que era. Esa noche se destapó el monstruo con el que me casé. Me estuvo sometiendo toda la noche sin ningún tipo de delicadeza hasta dejar mis zonas íntimas en carne viva y sangrando. Al día siguiente le conté a una amiga lo que me había pasado, ella me llevó al médico y éste al explorarme comentó que eso no había sido una noche de boda sino una violación en toda regla.
 
La vida siguió transcurriendo yo me quedaba en casa y el salía a trabajar. Nos mudamos a otra casa de alquiler más cerca de la capital y allí me enteré que estaba embarazada. Mi hija Sandra nació en 1974 a los ocho meses por un accidente de coche que tuvimos del que yo salí bastante mal parada. Él me había dejado esa tarde en casa de mi madre para irse de prostitutas con mi hermano Diego. De madrugada vino a recogerme, mi madre le dijo que era muy tarde que me dejara pasar la noche allí y que viniera al día siguiente por mí, pero se negó y respondió tajante “ella se viene conmigo”. Mi hija estuvo a punto de morir porque los médicos hablaron de elegir entre ella o yo. Al final la sacaron y me siguieron atendiendo a mí quitándome los cristales de la cara. Me tuvieron que hacer un injerto en el rostro entre otras cosas. 
Un sábado teniendo Sandra 6 meses de vida llegó muy enfadado de casa de su madre donde le habían estado calentando la cabeza diciéndole que la niña no era hija suya. Estuvo todo el día dándome puñetazos intentando que le dijera que Sandra no era su hija. Yo no podía afirmarle eso porque sencillamente no era verdad. Cuanto más le decía que sí era suya más me pegaba. El domingo no acudí a ver a mis padres para que no vieran el estado en que estaba. Ya el lunes me tocó a la puerta una vecina y al verme morada por todas partes me vistió, cogió a mi niña y me llevó al cuartel de la guardia civil. El sargento, temiendo que mis heridas fueran más allá de lo superficial, le recomendó a mi vecina que me llevara a un centro sanitario para que me examinaran por si tenía alguna lesión interna. Al llegar me valoraron los médicos y llamaron a una comadrona que al explorarme me dijo que estaba embarazada de cuatro meses.

Elisa no puede evitar que las lágrimas broten de sus ojos y la enorme pena que siente se asoma a su rostro, temblando sigue con su relato.

Fue así como me enteré del embarazo de mi hijo Andrés. Pedro seguía frecuentando los servicios de las prostitutas y durante el embarazo de mi segundo hijo yo me sentía cada vez más débil y empecé a ponerme muy malita. Me llevó a casa de su madre y allí dormía en el suelo hasta que mi suegra le dijo a su hijo “lleva a esta mujer a un hospital porque o el bebé está podrido o algo le pasa”.
 
Cuando me llevó al hospital me diagnosticaron una sífilis, enfermedad que me había transmitido mi marido por sus encuentros sexuales con prostitutas. Yo no le podía decir nada a mi marido porque si le recriminaba algo me soltaba un bofetón y su madre lo apoyaba. 
El embarazo fue complicado por mi estado de nervios, el trato que me daba mi marido, la enfermedad que me había transmitido y a que me empezaron problemas en el riñón. En esas circunstancias se me adelantó el parto. Andrés nació en 1975 a los ocho meses con un kilo y medio de peso. 
Después de Andrés una vecina me estuvo dando pastillas anticonceptivas a escondidas de Pedro. Yo subía un momento a su casa por la noche y ella me daba la pastilla. Así estuve durante un año evitando otro embarazo -hace tanto tiempo ya que no recuerdo bien si fue en un descanso de la pastilla o que él no me dejó subir un día a casa de mi vecina- pero el método anticonceptivo me falló. Al año de estar tomando las pastillas me volví a quedar embarazada de mi tercer hijo. 
Los malos tratos no cesaban ni siquiera durante los embarazos. Me maltrataba física, psíquica y sexualmente. Aún embarazada me forzaba a todo tipo de prácticas sexuales viciosas en contra de mi voluntad. En el embarazo de mi tercer hijo Rodrigo, recibí tal paliza que me dejó negra por todos lados, mientras recibía los golpes yo procuraba no chillar porque mis otros dos hijos estaban durmiendo, no quería que se despertaran y presenciaran aquello. La magnitud de la paliza fue tal que los médicos decidieron dejarme ingresada para pasar el resto del embarazo en la clínica. 
Le llegaron a prohibir la entrada a la habitación porque cada vez que iba me insultaba y me decía que ninguno de los niños era suyo, ni siquiera el que llevaba en el vientre. Una de las enfermeras lo oyó y llamó al médico de guardia el cual le prohibió la entrada ya que me alteraba mucho y tenía un embarazo delicado, porque a todas éstas yo seguía arrastrando la la sífilis que me había transmitido y el problema de riñón. 
Rodrigo nació en 1977 también a los ocho meses. Mi hijo nació con problemas tardó en caminar, se arrastraba por el suelo para desplazarse. Para que diagnosticasen por qué no caminaba, mi cuñada Manuela llegó a llevar al niño al pediatra en mi lugar por miedo a que yo pusiera al médico en antecedentes sobre los malos tratos. El doctor le preguntó si ella era la madre del niño y al decirle que era la tía le respondió que tenía que ir la madre que era la que sabía cómo había ido el embarazo y los antecedentes médicos del niño, así que acabé llevándolo yo bajo amenaza de no contar nada de los malos tratos si no quería recibir una paliza al salir. 
Al poco tiempo quedé embarazada de mi cuarta hija María. Su embarazo fue como los demás a base de palizas, humillaciones, vejaciones y violaciones. María nació en 1978 afortunadamente a los nueve meses. Cuando me puse de parto era de noche, tuve que dejar a mis hijos acostados en sus camitas, me fui yo sola caminando a la clínica porque no tenía dinero para transporte y él, a esas horas, no había llegado a casa. Por el camino me vieron unos chicos y me preguntaron que me pasaba, les dije que estaba de parto entonces pararon al camión de la basura que pasaba por allí en esos momentos y me llevaron al hospital. 
Pedro por su parte llevaba doble vida. Su matrimonio conmigo y sus correrías con prostitutas y amantes. Con una de sus amantes llegó a tener dos hijas. En una ocasión mi hijo Andrés se puso muy malito al comer en la guardería unas salchichas en malas condiciones. En el hospital me dijeron que tenía que avisar al padre porque el niño estaba muy malito, cuando Pedro llegó traía a una mujer con él en el coche y al preguntarle quién era me dijo que no me importaba. En otras ocasiones llegué a ver a la misma mujer con él.

Cuanto más avanza en su historia más se va encogiendo como una niña pequeña. A estas alturas su emoción es más que patente y sus lágrimas ruedan sin ninguna contención.

No sé cómo Pedro trataría a las demás mujeres pero conmigo fue despiadado. Me daba palizas con cualquier excusa; si llegaba a casa y no había terminado de limpiar, si no le tenía el plato de comida preparado en la mesa, si no le tenía una camisa planchada... Yo tenía que limpiar, hacer de comer, atender a mis hijos, lavar la ropa a mano porque no tenía lavadora, tenerle todo preparado a tiempo y abrirme de piernas cada vez que él quería porque si me negaba me reventaba a golpes. Me llegó a pegar hasta por cortarme el pelo, tenía una melena muy larga y me dio por cortármela por comodidad, cuando llegó y me vio fueron tales los golpes que recibí que desde entonces, por trauma, no he vuelto a dejarme crecer el pelo. No me dejaba salir a ningún lado, sólo podía ir a casa de mi madre o a casa de la suya. Lo esperaba por la noche hasta que llegase para tenerle la cena en la mesa con miedo de que despertara y asustara a los niños pero aun así entraba insultándome y diciéndome de todo. Me faltaba el respeto constantemente. Cada vez que se dirigía a mí me trataba con improperios como: ¡Oye tú! ¡Qué estás haciendo inútil! ¡Puta ven aquí! Me acusaba de tener un amante y de que los niños no eran suyos. En una ocasión me llegó a reventar una botella de cristal en la pierna izquierda produciéndome en ella graves cortes.
 
Él llegaba a casa y ponía en la mesa cuatro yogures, cuatro plátanos y cuatro bistecs, cuando le decía que con eso no daba para comer el mes me tiraba 5 duros de entonces que en euros serían unos 0,15 céntimos y me decía "pues toma y si quieres más vete a putear". No me daba dinero ninguno para llevar la casa, todo el dinero se lo daba a su madre. Ella administraba todo. Una vez estaba batiendo un huevo para hacerle una tortilla a la francesa a los niños y mi hijo Andrés con cuatro añitos me dijo: “Mamá voy a tirarle una bomba a papá porque todo el dinero se lo da a abuela y a ti no te da nada”. Nunca me olvidaré de esas palabras de mi hijo.
Pedro toda la vida me trató como un despojo, un objeto al que usar y del que abusar que no tenía derecho a nada. Durante el matrimonio compramos un terreno en el que estábamos fabricando una casa. Un día, a instancias de su madre, llegó con un papel en blanco y me amenazó con darme una paliza si no lo firmaba. Muerta de miedo lo firmé. En ese documento escribieron después mi renuncia a todos los bienes gananciales del matrimonio incluido el terreno y la casa. 
A lo largo de mi matrimonio me llegué a separar en varias ocasiones pero por los niños y la dependencia económica volvía con él. Para darle algo más a mis hijos me puse a trabajar, primero limpiando en casa de una vecina y luego en el asilo de ancianos aunque lo que ganaba era muy poquito y no me daba para mucho. Mi salud siguió empeorando por las palizas, mi riñón cada vez estaba peor me puse muy malita, así que me dejaron parada en mi trabajo. Cansada de aguantar palos y enferma como estaba mi madre me recogió en su casa con mis niños pero una noche llegó mi padre bebido y como también era amigo de Pedro me echó a la calle con mis hijos. Yo me vi tan sola y enferma que volví con él. 
Con la siguiente paliza decidí dirigirme al juzgado y pedí hablar con el juez de guardia. Para que me atendiera tuve que decir que había matado al padre de mis hijos porque si no lo hago así no me hubiera atendido. Llorando le dije al juez que no había matado a nadie pero que observara como me habían dejado a mí. Al verme me dijo que aquí había que buscar una solución y me dio dos opciones, meter a los niños internos o que se los quedara algún familiar. 
Hoy en día, la justicia hubiese sacado a mi marido de mi casa y me hubiera dejado a mí y a mis hijos en ella. También hubiese recibido ayuda económica para sacarlos adelante pero la solución que me dieron entonces fue esa y yo estaba sola, enferma y sin dinero. No quise meterlos internos por miedo a que el estado los diera en adopción y los separara. Tampoco podía dárselos a mis padres puesto que me habían echado con ellos de su casa y además allí también había episodios violentos, no quería que los niños tuvieran la misma infancia que yo tuve. Así que la única opción que había era que los padres de Pedro se hiciesen cargo de ellos, pero eso sí, con la condición de que yo pudiera verlos. 
Mi suegra y mi marido quisieron que firmara un documento renunciando a mis hijos a lo que me negué en rotundo. El acuerdo era dejárselos a sus abuelos paternos con la condición del derecho a verlos. Fue la peor decisión que pude tomar porque a pesar de tener una sentencia con un convenio regulador de visitas nunca me llevaron a mis niños, nunca los pude volver a ver. A veces pienso que tal vez si hubiese dejado que los internaran probablemente hoy en día los tuviese conmigo. 
No pude con tanto sufrimiento la enfermedad y la desesperación de verme privada de mis hijos me llevaron a intentar suicidarme en tres ocasiones. Entonces, los médicos le dijeron a mi madre que me tenían que alejar de aquí. Mis padres tenían familia en la Península así que me enviaron allí para que me atendiesen los especialistas y poder recuperarme. Me estuvieron tratando en un psiquiátrico y también en la unidad de nefrología. Estuve mucho tiempo tratándome. 
Fue precisamente en la unidad de nefrología donde conocí a mi segundo marido. Él iba a dializarse y yo a tratarme mi dolencia del riñón poco a poco empezamos a hablar y cada vez fuimos cogiendo más confianza. Enrique era soltero y yo estaba legalmente separada empezamos a sentir atracción el uno por el otro y con el tiempo nos fuimos a vivir juntos. Enrique sabía por todo lo que yo había pasado, sabía que para la intimidad yo no estaba preparada, él fue paciente, me respetó y esperó todo el tiempo que fue necesario hasta que lo estuve. Cuando legalizaron el divorcio en España me divorcié y Enrique y yo nos casamos. 
Mientras tanto, mis hijos sufrieron un auténtico lavado de cerebro. Les dijeron que su madre los había abandonado, que era una prostituta y que se había ido a la Península a llevar mala vida. Así crecieron, pensando que su madre los había abandonado y que era prostituta. 
Nunca me desentendí de mis hijos. Desde la Península seguí luchando. Contratamos un detective privado para saber de ellos. Yo sabía en los colegios que estudiaban y hablaba con los directores para saber cómo estaban y como iban. Mis hijas cursaban en un colegio de monjas y yo hablaba mucho por teléfono con éstas. 
En cuanto fue posible me vine con Enrique, mi marido, de nuevo a Tenerife para seguir intentando desde aquí recuperar a mis hijos, pero todo intento fue en vano. Todo estaba ya herméticamente consolidado. Ellos ya son adultos y no quieren saber nada de mí, creen todo lo que su familia paterna les ha contado, no quieren saber mi versión. 
Enrique falleció por su enfermedad. Ahora soy viuda y estoy sola. Veo a mis nietos venir con mi hija a la casa a la que antaño venía Pedro a visitar a sus familiares. Pero los veo de lejos, desde mi ventana, bebiéndome las lágrimas. En una ocasión en la que a mi nieto se le cayó la pelota en un jardín y lo vi intentando saltar el muro,  lo llamé y le dije donde tenía que tocar para que se la devolvieran. Sonriendo me dijo “¡Gracias señora!”. Yo pensé... Soy tu Abuela cariño mío. Me entré llorando. 
No quiero morir sin que alguno de mis hijos sepa la verdad. ¡¡Yo nunca renuncié a ellos!! ¡¡Son mis hijos!! ¡¡Yo los parí!! A mí me negaron a mis hijos y a ellos les negaron a su madre.

Después de este desgarrador relato creo que a Elisa se le debe JUSTICIA. Si estos sucesos le hubiesen ocurrido en el 2016 la historia hubiese sido diferente para ella. La ley hubiese actuado a su favor concediéndole su casa para tener a sus hijos. Ella no pudo pero TÚ SI PUEDES, DENUNCIA, PIDE AYUDA.


TELÉFONO CONTRA EL MALTRATO  016


Los nombres de los protagonistas han sido cambiados para preservar su intimidad.

Texto: Carmen Peña
Imagen: http://www.canal9tampico.com/.





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